Un recuerdo muy emocionado a la biografía de José Antonio Labordeta

Hace una semanas hablábamos sobre una biografía que el científico Siddhartha Mukherjee había escrito sobre el cáncer. En dicho libro, aparte de repasar la evolución científica derivada de la batalla contra el cáncer, Mukherjee quería poner cara a la enfermedad descendiendo a nivel de las personas. Pues bien, uno de esos libros que tenía pendientes de leer, es una biografía doble y compartida que nace, precisamente, de la batalla de un hombre bueno contra esta enfermedad miserable. Estoy hablando del libro Regular, gracias a Dios, del inigualable y admirado José Antonio Labordeta, motivo y homenaje del post de hoy.

Labordeta le tocó vivir mucho tiempo en un país en blanco y negro. Mientras el miserable de Mayor Oreja (al que no merece que le pongamos en negrita) vivía en un país plácido otras gente tenían no sólo que salir adelante sinoademás jugarse el tipo por ayudar a los que una dictadura terrible había apartado de la sociedad. Labordeta luchó con la mejor arma que hay: la educación. Sin ningún tipo de prejuicio ideológico. Por motivos circunstanciales se dedicó a la canción (cantante de fin de semana, como definía su idilio con la música) y a la política. Dejó tras de sí un puñado de canciones inolvidables y sinceras (Albada, Canto a la Libertad, Aragón, Banderas Rotas…) y una obra literaria en general y más precisamente poética de gran calidad. Consiguió ser profeta en su patria chica. En el resto de España, lamentablemente, muchas veces lo que más se recuerda son un par de exabruptos en el Congreso de los Diputados. Este post tiene por misión no sólo reseñar el libro Regular, gracias a Dios, sino homenajear a una gran hombre, de una bondad y solidaridad inigualables.

Estas memorias son un poco atípicas. Primero porque no es la primera vez que Labordeta cuenta sus memorias. Anteriormente a este libro Labordeta había publicado un libro sobre su experiencia como diputado (Memorias de un Beduino en el Congreso de los Diputados) que había funcionado muy bien. La editorial le pidió entonces un nuevo libro. Le pidieron uno sobre ciudades, pero él rechazó la idea por no poder aportar suficientes datos. Entonces propuso a la editorial un libro de memorias bastante personal. En otra ocasión ya había también hablado de su vida como cantautor. Pero en este caso Labordeta quería contar detalles más íntimos. El motivo que le llevaba a ello era simple y terrible: estaba sufriendo un cáncer de próstata que estaba acabando con su vida. El libro tenía una doble misión. Por un lado iba a recoger ciertos episodios personales desde su nacimiento (e incluso antes) hasta la actualidad para evitar que acabasen en el ovido. Por otro, Labordeta quería describir la evolución de esa terrible enfermedad que se le había metido en el cuerpo.

El libro tiene el subtítulo Memorias Compartidas. Labordeta no incluye (aunque podría) incluir esta descripción porque el libro está plagado de episodios que compartió con diferentes gentes y ciudadanos, para usar la terminología del autor. Este terrible apéndice se debe a que Labordeta ya estaba bastante enfermo por lo que no podía acometer la realización de dicha obra él solo. Su familia, en particular su hija Paula, le ayudaron a completar dicha obra a tiempo.

El libro arranca como Labordeta, por un reconocimiento derivado de un una complicación casera, se entera de que tiene cáncer de próstata. Labordeta era de una generación que todavía tenía ciertas reservas con ir al urólogo. Sabemos que el cáncer de próstata, pillado a tiempo, es bastante superable (es de hecho bastante probable que todos los hombre sufran esa enfermedad, aunque no mueran de ella). Sin embargo Labordeta cuenta cómo no quiso o no supo pasar esos reconocimientos a tiempo. En un renglón hay un atisbo de arrepentimiento, pero en seguida zanja el asunto con una frase: “no hay mal más coabrde que hablar de lo que no supimos o quisimos hacer”. Acto seguido cuenta con ese sentido de humor tan particular como perdió la virginidad a manos de su urólogo.

En los paréntesis que van de reconcimientos a pruebas/estancias en el hospital Labordeta aprovecha para echar la vista atrás y recordar episodios importantes en su vida. Empieza, como es natural, hablando de sus padres. Su padre, seminarista y profesor, se jugó el tipo primero por salvar a unos niñatos falangistas en la república y luego por dar trabajo a aquellos despreciados por la dictadura por su pasado conflictivo. Su padre fallece cuando Labordeta es todavía muy joven y es su madre la que, con la ayuda de su hermano Miguel, saca adelante a la familia gracias al colegio que dirigían. Ambos eran personas muy generosas.

Un episodio muy interesante es su estancia en Francia como lector de literatura española en la localidad de Aix-en-Provence. Labordeta se embarca en dicha aventura con la idea de salir de España y vivir en libertad. Sin embargo, en aquellos días, Francia estaba viviendo una época terrible debido al proceso de independencia y guerra con su colonia Argelia. Poco podía intuir a cuánta miseria, daño y dolor iba a verse expuesto el cantautor en aquellos meses por frecuentar cierto ambientes que para él significaban libertad pero para los pieds noires eran sinónimo de traición y terrorismo. En Francia Labordeta tiene la suerte de poder acudir a un concierto de su idolatrado George Brassens, también denunciado por la sociedad más reaccionaria de Francia.

Su vuelta a España (el régimen no le deja volver a Francia tras sus vacaciones de Navidad, retirándole el pasaporte) trae su incorporación a la enseñanza como jefe de estudios en un instituto de Teruel. Allí, com la ayuda de Pepe Sanchís Sinisterra, contribuye a la formación personal de un gran número de alumnos entre los que destacan personalidades de hoy en día como Joaquín Carbonell o Federico Jiménez Losantos, al que, pese a las diferencias ideológicas, conservaba un gran cariño (correspondido por parte del periodista). Poco a poco aumenta su colaboración con la resistencia política y con lo que se vino a llamar la nueva canción baturra.

Podríamos seguir desgranando otras etapas y episodios pero se me antoja innecesario. Este libro es de los que se lee de una sentada. El lenguaje es directo, a veces terriblemente duro, pero lo compensa un gran sentido del humor. Cuando uno veía a Labordeta, con ese gesto serio, uno podía pensa que era un hombre de malas pulgas. El caso es que tenía un gran sentido del humor y, precisamente, esa diferencia entre el gesto adusto y la palabra cómica hace que resulte a veces desternillante. Además la narración es muy oral, uno tiene la sensación no de estar leyendo a Labordeta, sino escuchándolo. Aparte de los episodios biográficos tiene un gran interés la gente que Labordeta conoce por su enfermedad: sus médicos y otros pacientes.

Ya enfermo, cuenta Labordeta, se lío en la grabación del disco ¡Vayatrés! junto a Joaquín Carbonell y Eduardo Paz (La Bullanera), una de las mejores terapias que pudo tener. Carbonell contó en una ocasión como, al proponer la idea a Labordeta, este se intentó escaquear diciendo que no tenía canciones. Carbonell le respondió que si tenía poemas él les podía poner música. Entre los poemas que le dio, Labordeta le pasó una letra que se titulaba Albada de la ausencia. Cando Carbonell la leyó se dio cuenta que su amigo Labordeta se estaba despidiendo de él y de todo el mundo. El libro Regular, gracias a Dios es también parte de esa despedida. Aquí no vamos a descubrir a un hombre bueno porque ya sabíamos que lo era. Pero si podremos descubrir otros capítulos de su vida y de su combate con el cáncer que contribuirán a perpetuar su memoria.

Como dice en la letra de su albada:

Aunque me voy no me voy,

aunque me voy no me ausento.

Aunque me voy de persona

me quedo de pensamiento.

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